viernes, 9 de enero de 2009

Psicomagia.


1
Refundación de los cimientos

En el metro veo pasar hombres, estoy seleccionando de a uno pero deben ser tres en total. Las instrucciones fueron claras: acercarme y entregarles una manzana sin decir palabra. Es una de las (también tres) psicomagias que voy a hacer para trabajar mis bloqueos.
Camino tratando de elegir al adecuado, no quiero ser rechazada y busco en ellos algo que garantice recibirán el fruto símbolo. Me siento delicada y expuesta. Pienso en mi padre, tengo ganas de llorar.
Por supuesto ojalá nadie conocido me vea.
Lo temido: El primero la rechaza muy duramente. Va apurado, le molesto con mi gesto poético interceptando su tiempo rapaz. Quedo desvalida, tomo asiento y registro la sensación de repudio irritando mi piel por dentro. Supongo que es parte del plan terapéutico. Cuando algo me duele prefiero darle lugar y un lugar amplio para que se mueva y no quede estancado. Lo aprendí haciendo una meditación llamada "Tonglen".

2
Exacto, justo en el eje y acá va un nuevo movimiento.

El metro se lleva a todos los del andén y vuelvo a caminar hurgando la resistencia de mi dignidad. Queda repleto de personas otra vez. Ahora nadie parece adecuado, estoy asustada pero elijo para no quedarme atascada ahí, me acerco a un chico joven que recibe la manzana feliz. Lo agradece efusivamente, sale raudo del andén hacia la cuidad. Sin subir al bagón me hago parte de la nueva formación humana.
Hay un tejido análogo entre ese hombre y los que podrían ser en mi vida.
Extiendo mi segundo fruto y soy rechazada por otro joven que está con su novia. En la desesperación y como justificando mi desatino, se la ofrezco a ella que tampoco la toma. Entiendo que me hace un favor, la instrucción no incluía mujer alguna. Esta vez el rechazo no me duele, solo me inhibe un poco más.
Pensamientos acerca de mis elecciones crean una densidad paralela a la aglomeración humana que se reconfigura en minutos sobre el andén a esta hora.

3
Lo que tienen las cosas perdidas estupendas es que se pierde a lo grande y el vacío deja una especie de heroica languidez.

Al rato un hombre que puede tener mi edad, algo farruto y pelirrojo, vestido con un canguro a telar me mira coqueto. Creo que esta vez la elegida he sido yo. Si lo prefiero a él o aprovecho la facilidad de gustarle es indiferente. No debo, por tanto no puedo hablarle. Deambulo cerca hasta juntar valor. Recibe la segunda manzana con interés “¿es para mí? ¿cómo te llamás?” Muevo la cabeza negando y me pierdo entre la gente. Mira fijo mientras el tren se lo lleva. Creo que lo asusté.
Un bloque concreto de pensamientos sobre lo atemorizante que puedo ser para quienes gustan de mí, se suma a la muchedumbre.

4
Todo se des-vane-ce o se desvanessa y la masacre de besos queda así de tenue y tremenda y no hay remedio pero es bello igual.

Al salir hacia la boletería, intercepto un hombre mayor afablemente vestido con su montgomery azul. Me resulta atractivo mientras extrae los lentes del bolso para distinguir su dinero y pagar. Mira mi oferta y termina de calzarse las gafas sonriendo. Su aceptación me regala algo manso que inyecta este estado de gracia en el que floto recordando su cara cada vez.

5
Teach me you too a desvanecerme, y a dejar en paz toda realidad para poder cumplir la promesa y entrar con calma, con cierta dignidad
cool.

6
Ahora que estoy con la regla me dispongo a realizar la segunda psicomagia. El flujo aumenta y soy feliz escribiendo y escuchando “Berceuse” de Faure.


7
que el dolor es una forma de la objetividad y por eso quedan las mentiras de los besos
y las mentiras a secas.