jueves, 30 de julio de 2009

El fino arte de envejecer.

La piel se hace más vulnerable, la animalidad mas brusca,
las ancianas más bellas y delicadas, como niños sin traumas. La gracia de mi época embiste con su lógica todos los presentes,
ingreso en los espacios cargada de un pulcro silencio.
Observo el mundo que se ha desplegado después de mi.

Las que saben envejecer no guardaron las coronas ni se abonaron a la barbarie.
Son libres del modelo que las hizo vigentes y del que las cuestiona.
Invierten su capacidad de juego como un activo disponible en sus carteras... que no son pesadas.
















Todo se va simplificando y haciendo accesible de un modo sincero.
No escondo que hay debilidades y sitios sin seguro en este haberme curtido.
Se hacen sopas, escándalos y desperdicios a domicilio. Todos van con unas ganas de reírse sueltas, como pandemia de regalo.
Puedes andar extrañamente vestida en tu casa y entre tus cercanos: usar gorro de lana en el escritorio y no pintarte las uñas de los pies por un semestre.










También puedes dejar de esconder tu inteligencia y beligerancia y entretenerte dándole miedo a los cobardes.

Este delicado ejercicio de mirar después de lo vivido y
sus cuerpos en tus otras vidas.
Queda sellado si permaneces tan abierta y misteriosa como ese paso que aún te hace avanzar entre sueños a empujar la puerta por la que el gato se pierde en una noche de invierno estrellada.