lunes, 15 de diciembre de 2008

Mis madres


Lucía les avisó porque me estaba muriendo. Si no me atendían de manera urgente pasaría a sumar las estadísticas de bebés fallecidos en estado de abandono e indigencia. Mi mamá biológica con sus diecisiete años recién cumplidos, transitaba la sobredosis de "paco". Tenía chances de salvarse, yo no.
Lucía era testigo habitual de muertes silenciosas y degradables. Los casos que como yo, le sobran a la administración del estado. Hace cinco años ejerce como enfermera de la guardia de ese hospital público, hace veinte descubrió su amor por otra mujer. Mis madres son parte de su grupo cercano y llevaban años tratando de adoptar por las vías oficiales. No juntas, claro, solo una de ellas, la que tiene un trabajo estable y cómodamente rentable.
Me sacaron rápido y me hicieron salvar en la guardia de una clínica privada. Desde entonces, cada cierta cantidad de meses negociamos con la mujer en cuyo útero fui embrión. Siempre quiere plata para seguir drogándose. A cambio de eso va firmando los pasos legales para que mis madres puedan hacer oficial nuestra familia.
Mis mamás viven juntas hace doce años. Esta navidad les voy a dar la sorpresa de decir "mamá". Hasta ahora solo sé decir "gracias" y "ya está". Gracias es la primera palabra que articulé.
Las hago reír y las abrazo casi todo el día, los que nos rodean dicen que soy muy parecido a una de ellas. Es cierto, lo ví cuando estaba por nacer al configurar mi paso terrestre.
Mis mamás son dos planetas de piel sanadora. La felicidad que despertamos me inspira cuando les bailo. Se ríen de mis coreografías de bebé custodiado y suertudo. Les hago monerías cada vez más elaboradas mientras me alientan a ser feliz sin restricción.
Menos mal que hubo alguien dispuesto a ignorar la regla y pudo reconfigurar el absurdo atraso de lo que es posible para el aparato estatal. Le debo mi vida a ese delito y a la destreza de los que hacen una red intrauterina en los márgenes, sin amparo legal, ni permiso oficial.
Voy a seguir en el anonimato, de eso depende mi seguridad y mi nueva familia. Este amor que me rescata encuentra caminos para esquivar la torpeza institucional. Mamá les voy a decir a quienes me bendicen con la ancestralidad del instinto de supervivencia en cada tramo de vida.

viernes, 5 de diciembre de 2008

No hay más venta


La prueba de que Dios es cerco apareció el mismo día que me visitó la muerte. No era la primera vez. En realidad de tanto leer a Castaneda había empezado a encontrarla del lado izquierdo, a mis espaldas hacía tiempo.
Nunca la traté mal, no le temía. Incluso me agradaba su compañía. La prefería apadrinando mi existencia. Encerrado como estaba, morir no era lo más grave. Muchas veces... y lo puedo decir: me dejé poseer por ella. Algunas noches era abrupta e incontrolable, otras suave y paciente. Me transportó del otro lado de mi vida con miles de rituales. Nos ejercitamos antes de dormir. Jugaba a que había muerto entre materiales frutosos y mudos que pegoteaban las manos.
Pero esa noche vi con los ojos de mi cuerpo. Los que están húmedos, los que parpadean su carne, no los otros. La mirada de la muerte y la visión de mi cuerpo quedaron atrapadas. Supe que moriría hoy.
Once días después de esas primeras visiones, el plazo llega a término. Mi piel está marcada, cercada y lista para el sacrificio. Sin vueltas, sin pena.
Ya entonces supe que Dios es perímetro, circuito, contorno. Ese fue mi deseo y se cumplió como corresponde. Dios es la órbita suprema y para que no queden dudas usaré éste, mi último aliento, exhalando un anillo que encaja como eslabón en otra circunferencia. La cadena es larga y asciende. Los espirales replican la gentileza anular, cilíndrica, esférica, abombada de mi boda final.
Me parece que en esta rueda soy fácil como las cremas, los labiales, los hisopos que desploman colores en los ateneos de sus miradas.
Adiós señoras a las que tanto subasté una belleza anterior a esta castidad de partir.
Dulce enlace donde todo es gestación.
Ernesto Leal
Vendedor ambulante de productos de belleza.