jueves, 6 de agosto de 2020

La Muerte Aparecida



Venía llorando, estaba demacrada, sin brillo, esclava de su poder. 
Conmigo se confesó diciendo: 
Es una pena hueca, seca la que me hace cabalgar en estos días,
Cargo  millones de suertes, a muchos atravesé de espanto.
Soy la punta de la daga, la aguja que hilvana los huesos  sin alcanzar a verlos.
 Mis huestes son muchedumbre y de noche acampamos en la columna quebrada del desierto que aulla. 

Subo en micros de Alto Maipo a capturar las aguas de los chilenos y
luego bajamos a Santiago por los moribundos de los sanatorios desabastecidos. 
Cuando me ven llegar ya no me temen, 
salen aliviados de la roña con que todo está organizado.
 Escupen el último tramo del virus en rocío frenético y él 
encuentra albergue en la miseria de la gente, en la avaricia de los acomodados.

 No soy fascista, menos esclava. 
Hago mi trabajo como siempre pero esta vez el mañana estuvo ajeno. 

-El futuro está detenido unas horas detrás del momento en que se pasan de mi lado. -

¿Ves? Soy tu muerte y lo mejor es estar tranquila. 
¿Quién debe estar tranquila tú o yo? Le pregunté agregando
Porque si estás queriendo calmarme, a mi funeral soy la única que podrá llegar alegre. 
Primero porque estar ahi será un modo de seguir presente.