viernes, 5 de diciembre de 2008

No hay más venta


La prueba de que Dios es cerco apareció el mismo día que me visitó la muerte. No era la primera vez. En realidad de tanto leer a Castaneda había empezado a encontrarla del lado izquierdo, a mis espaldas hacía tiempo.
Nunca la traté mal, no le temía. Incluso me agradaba su compañía. La prefería apadrinando mi existencia. Encerrado como estaba, morir no era lo más grave. Muchas veces... y lo puedo decir: me dejé poseer por ella. Algunas noches era abrupta e incontrolable, otras suave y paciente. Me transportó del otro lado de mi vida con miles de rituales. Nos ejercitamos antes de dormir. Jugaba a que había muerto entre materiales frutosos y mudos que pegoteaban las manos.
Pero esa noche vi con los ojos de mi cuerpo. Los que están húmedos, los que parpadean su carne, no los otros. La mirada de la muerte y la visión de mi cuerpo quedaron atrapadas. Supe que moriría hoy.
Once días después de esas primeras visiones, el plazo llega a término. Mi piel está marcada, cercada y lista para el sacrificio. Sin vueltas, sin pena.
Ya entonces supe que Dios es perímetro, circuito, contorno. Ese fue mi deseo y se cumplió como corresponde. Dios es la órbita suprema y para que no queden dudas usaré éste, mi último aliento, exhalando un anillo que encaja como eslabón en otra circunferencia. La cadena es larga y asciende. Los espirales replican la gentileza anular, cilíndrica, esférica, abombada de mi boda final.
Me parece que en esta rueda soy fácil como las cremas, los labiales, los hisopos que desploman colores en los ateneos de sus miradas.
Adiós señoras a las que tanto subasté una belleza anterior a esta castidad de partir.
Dulce enlace donde todo es gestación.
Ernesto Leal
Vendedor ambulante de productos de belleza.

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