Conmigo se
confesó diciendo:
Es una pena hueca, seca la que me hace cabalgar en estos días,
Cargo millones de suertes, a muchos atravesé de espanto.
Soy la punta de la daga, la aguja que hilvana los huesos sin
alcanzar a verlos.
Mis huestes son muchedumbre y de noche acampamos en la
columna quebrada del desierto que aulla.
Subo en micros de Alto Maipo a capturar las aguas
de los chilenos y
luego bajamos a Santiago por los moribundos de los sanatorios
desabastecidos.
Cuando me ven llegar ya no me temen,
salen aliviados de la roña
con que todo está organizado.
Escupen el último tramo del virus en rocío
frenético y él
encuentra albergue en la miseria de la gente, en la avaricia de
los acomodados.
No soy fascista, menos esclava.
Hago mi trabajo como siempre
pero esta vez el mañana estuvo ajeno.
-El futuro está detenido unas horas
detrás del momento en que se pasan de mi lado. -
¿Ves? Soy tu muerte y lo mejor
es estar tranquila.
¿Quién debe estar tranquila tú o yo? Le pregunté agregando
Porque si
estás queriendo calmarme, a mi funeral soy la única que podrá llegar alegre.
Primero porque estar ahi será un modo de seguir presente.
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